Todos sentimos miedo al escribir. Aquí comparto por qué aparece, cómo enfrentarlo y por qué puede ser una gran señal.
«Ángela, tengo miedo», esta es una de las primeras frases que escucho o leo cuando alguien se acerca a conocer mi servicio de mentoría de escritura e incluso antes de nuestra primera sesión. Mi respuesta es, palabras más, palabras menos, casi siempre la misma: «¡Qué bueno que tienes miedo! No hay nada peor que alguien que escribe con soberbia».
El miedo tiene mala prensa y no es de gratis, porque es cierto que nos hace pasarlo mal y, en ocasiones llega a paralizarnos, pero todos sabemos que lo necesitamos porque se activa para protegernos cuando nuestra integridad corre peligro.
Lo que pasa es que cuando se trata del miedo creativo nos relacionamos con él desde la resistencia porque nos hace sentir incómodos y frágiles. A nadie le gusta sentir inseguridad (ni mucho menos tener que reconocerla).
Mientras escribía este texto pregunté por Instagram sobre los mayores miedos al escribir y estas fueron algunas de las respuestas:
«Que a nadie le guste lo que escribo».
«No encontrar las palabras para narrar lo que deseo y conformarme con lo que salga».
«No ser lo suficientemente buena».
«No confiar más en mí».
«No terminar la historia por mi inconstancia».
«No ser interesante, fluido o dinámico».
«No lograr comunicar lo que deseo transmitir».
¿Te identificas con alguna?
Escribir expone nuestra manera de pensar y de sentir, entonces nuestros principales temores se centran en que nuestras ideas y la manera de expresarlas no sean lo suficientemente brillantes.
Todos los que escribimos dudamos y sentimos ciertos niveles de angustia desde que nos sentamos frente a la hoja en blanco hasta que dejamos que otros lo lean. Podemos experimentarlos en mayor o menor medida y disfrazados de diferentes formas, pero en el fondo todos están vinculados a que la escritura nos desnuda.
Sabemos que los miedos pierden fuerza o desaparecen si los enfrentamos. Así que no te sorprenderá que te diga que el miedo a escribir solo se alivia escribiendo. Eso sí: no te garantizo que se irá para siempre, porque cada nuevo texto es un reto.
Mis mayores miedos al escribir -cometer un error ortográfico o gramatical, compartir un dato incorrecto, aburrir o resultar inútil, entre otros- debo enfrentarlos cada semana al redactar este boletín y en cada post y correo que intercambio con esta comunidad, con mis clientes y con mis colegas (¡hasta con mis amigos!). Pero, a la vez, tener esos miedos desde que mi firma salió publicada por primera vez, cuando tenía 19 años, me hace esmerarme, revisar, consultar y pedir apoyo.
¿Quiere decir que esto evitará que se me escape algo? Por supuesto que no. Pero, valiente, tú y yo sabemos que las probabilidades aumentarían si yo me sentara a teclear sintiéndome infalible.
Entonces, además de recordar que escribir es un acto de coraje, ¿qué se puede hacer?
– Reflexionar sobre cuál es el verdadero miedo. Sentarnos y tratar de responder (por escrito, claro) «¿Qué miedo hay detrás de este miedo?» «¿A qué le tememos de verdad?» nos ayudará a conocernos mejor y encontrar salidas.
–Preguntarnos: ¿Qué es lo peor que puede pasar si…? Hacer una lista de cosas que podrían pasar si se cumple eso que tanto tememos al escribir nos dará perspectiva.
–Mejorar o cambiar lo que podamos. Tal vez necesitamos un cronograma de trabajo, un ritual que nos motive, estudiar o practicar un área específica de redacción, leer un poco más, o recibir el apoyo de alguien que nos lea o nos guíe.
–Agradecerle en vez de resistirnos. Y tú dirás: «¿Te volviste loca, Ángela?». Puede ser, pero no tiene nada que ver con esto. El miedo al escribir nos hace ser más exigentes y rigurosos, no nos deja conformarnos, nos impulsa a cuestionarnos, a buscar la mejor palabra, la mejor frase. Cuanto menos resistimos, menos fuerte nos golpea. Solo quiere llamar nuestra atención, atendamos entonces.
Un buen libro para aprender sobre la experiencia de escribir es Mientras escribo, de Stephen King.